Retos de las luchas sociales en Huehuetenango

Andrés Cabanas 
Publicado originalmente en Noticias del Corredor, Centro de Estudios de la Frontera Occidental de Guatemala, CEDFOG, diciembre de 2016.

En Huehuetenango se desarrolla un ciclo político violento (militarización del territorio, represión de derechos, centenares de órdenes de captura, una veintena de presos políticos) pero a la vez repleto de acciones de resistencia frente al modelo impuesto. La resistencia (plural, diversa, promovida desde diversos ámbitos y actores) desafía el poder estatal y de empresas transnacionales, proponiendo el ejercicio del poder propio.   

Algunos hitos de este ciclo político son estos:
  •  La realización en diez años de 29 consultas (ámbito municipal) para la decisión comunitaria sobre proyectos extractivos. Las consultas marcan un alto al extractivismo como modelo y al paradigma de desarrollo dominante.
  • La conformación de dos territorios libres de minería: cinco municipios de la región huista en septiembre de 2008  y ocho del norte del departamento (akateko, q´anjob´al y chuj) en noviembre de 2009, prefigurando el gobierno popular de los territorios.  
  • La declaración de Constitución de la Nación Qanjobalana, 5 de abril de 2012, que revitaliza formas propias de ejercicio del poder y propone la fundación de un Estado plurinacional.   
  • El plantón permanente de la resistencia pacífica de Barillas frente a las instalaciones de la empresa Hidro Santa Cruz: práctica de control de territorio desde el 7 de abril de 2013.
  • Menos mediática, crece la organización y articulación de las organizaciones de mujeres alrededor de la defensa del territorio y el cuerpo, y el cuidado y reproducción de la vida: una propuesta integral que subvierte desde lo cotidiano y estructural las relaciones de poder.

El centro de la disputa: ejercicio del poder desde comunidades y pueblos

La parte visible de las luchas sociales en el territorio es la oposición a empresas y proyectos destructivos, desarrollados sin consulta, y a la institucionalidad estatal construida para apoyar estos emprendimientos. Pero la disputa de fondo tiene que ver con el ejercicio del derecho de autodeterminación: es la disputa sobre el control de recursos/bienes, el control del territorio, el desarrollo del poder comunitario y de los pueblos frente a empresas y Estado. 

En Huehuetenango se construye, así, un nuevo consenso comunitario sobre los territorios (Consejo de los Pueblos de Occidente), opuesto al consenso neoliberal y al modelo de Estado favorable a las empresas. Se propone un proceso de revitalización del sistema propio (de salud, económico, producción, jurídico, organización social y política) en el marco de la reconstitución de los territorios originales, según afirma la Declaración de Nación Qanjobalana. 

La revitalización del sistema propio plantea, de forma inevitable, la redefinición del modelo de desarrollo: frente a la mercantilización, la represión de derechos, las empresas como poder determinante, por encima instituciones democráticas y poderes comunitarios se propone un desarrollo alternativo o una alternativa al desarrollo basada en la  desmercantilización de los bienes naturales, la lucha por los derechos colectivos de personas y naturaleza autonomía y el ejercicio del autogobierno. Nuevas formas de organización, participación y representación (más allá de la representación de los partidos y la construcción estatal vigente) se derivan de esta propuesta.  

El documento Memorial de los Pueblos de Barillas, 7 de enero de 2013, es significativo  en este sentido de reivindicación del gobierno de los pueblos (gobierno en sentido amplio, no solo institucional). La resistencia barillense (que de forma reducida puede ser vista como oposición focalizada a un proyecto hidroeléctrico y a la actuación violenta y arbitraria del grupo empresarial español promotor del mismo) impulsa un proyecto alternativo de organización política, social, económica y cultural propia, todavía en proceso: 

Las comunidades actuales tenemos cientos de años de vivir sobre estas tierras, y hemos cuidado todos los recursos naturales como los ríos, los lagos, las montañas, las aves y toda clase de animal que viven en nuestro alrededor. Con ellos tenemos una relación especial y consagrada. También somos fieles en mantener nuestra organización política, social, económica y cultural, de conformidad con la cosmovisión Maya Q´anjobal, que nos han heredado nuestras abuelas y abuelos.

Articulación frente a homogeneidad e imposición 

Los proyectos extractivistas y las políticas de estado desarrolladas por transnacionales convierten la excepcionalidad en norma: normalizan la violencia y la represión, persiguen derechos de facto y de forma legal. Especialmente durante el gobierno del Partido Patriota, la cárcel fue el precio a pagar por el ejercicio de la dignidad: punto de quiebre para doblegar la resistencia comunitaria; punto de inflexión para continuar la movilización, en mejores condiciones.  

En 2017, la resistencia en Huehuetenango puede presumir de una no derrota, frente al punto de máxima tensión a la que la condujo la alianza política-empresarial-militar-transnacional durante el gobierno patriota. Una no derrota digna y esperanzadora, aunque la persistencia de la violencia estatal y extractivista impide hablar de una victoria o del fin sin retorno de la violencia.
 
En el aspecto interno, las divisiones comunitarias y organizacionales, los desacuerdos tácticos (vía institucional-electoral), las disputas de liderazgos, la extensión de una cultura estatal de la imposición a las formas de operar de los movimientos, constituyen retos para volver irreversible el breve lapso de tranquilidad con el que concluye 2016 (tras la liberación de los presos políticos de Santa Cruz Barillas y Santa Eulalia) y profundizar el ejercicio del poder de los pueblos frente a la intacta agenda neoliberal.

La impostergable articulación social desde los territorios enfrente el menos estos retos:
  • profundizar el debate sobre el modelo alternativo al extractivismo y desarrollar prácticas concretas de organización económica y social más allá del desarrollo;    
  • hacer real el derecho de libre determinación y las propuestas de autonomía, a partir de formas comunitarias y asamblearias de toma de decisión; 
  • fortalecer la toma de decisiones colectiva, frente a la atomización promovida desde el Estado y las empresas, y frente a la cultura de imposición vigente.
Las luchas sociales en Huehuetenango se desarrollan a partir de múltiples acciones (movilizaciones, consultas, declaraciones, ámbito legal, incidencia frente al Estado, construcción de poder local) visiones y actores, lo que las hace creativas y menos vulnerables ante la represión masiva. Al tiempo, se plantea el reto de la articulación y complementariedad de estas diversidades. Esta articulación tiene que superar visiones clásicas de lo articulado como subordinado a un centro dominante y como homogéneo sin fisuras ni debates. Son pertinentes las palabras de Isabel Rauber en las Jornadas Territorio, Poder y Política organizadas por CEDFOG en 2011:

Ningún sector, clase o actor en particular puede representar a todo el conjunto de la sociedad, Lo que demanda la realidad y lo que la experiencia apunta como posible es la articulación del colectivo activo, de actores y sujetos en la conformación de un sujeto colectivo.

Los retos están planteados: apertura, diálogo, escucha y capacidad de consenso para construir un nuevo poder.

Crisis sin retorno




Cada informe de gobierno derrocha autocomplacencia e incapacidad crítica. El informe del 14 de enero, el primer año de gestión del Frente de Convergencia Nacional, no es la excepción. El ejercicio remite a un ritual y una foto fija, donde nada se mueve, el Gobierno está pero no se le espera y el Estado no ejerce su papel rector.

Frente a esta imagen estática y photoshopeada, la percepción es de crisis sin retorno. En primer lugar, crisis de este gobierno, constituido como gobierno transitorio: pendiente de un hilo, apto apenas para sostener la inercia de la administración (del Estado, de los negocios, de los nichos diversos de poder y corrupción) mientras se apresuran nuevos acuerdos y pactos. 

En segundo lugar, la percepción política (la política se construye con percepciones) apunta a la crisis terminal del actual Estado, también transitorio, cuestionado desde fuera y desde dentro.

De afuera hacia dentro, las visiones, dinámicas y propuestas de las comunidades se contraponen a un Estado construido desdearriba-paralaselites y reclaman una nueva organización social. La resistencia a proyectos extractivos, las demandas para la retirada de empresas y el resarcimiento por daños cometidos (Barillas, ríos Oxec y Cahabón), la solicitud del fin del monocultivo en Champerico, las denuncias por delito ambiental en el desvío y apropiación de ríos (Madre Vieja, Sis, Pacayá, Mopán, Coyolate, Pojom…) los juicios por violencia sexual y genocidio, entre otras muchas acciones recientes, impugnan en lo inmediato el poder constituido. El Estado y el modelo político desarrollado sin participación de pueblos y comunidades hace aguas.

Desde adentro, los desacuerdos entre sectores de poder (transnacionales, Estados Unidos, sectores reformistas, economía y actores tradicionales vs. economía criminal y emergente, partidos políticos, clases medias descontentas)  pesan hoy tanto como los acuerdos. Las diferencias y disputas abiertas de elites se expresan en hechos como las reformas al sector justicia y los procesos judiciales para depurar la Corte Suprema de Justicia y el Congreso (en general los ritmos y las prioridades de las acciones del Ministerio Público y la Comisión Internacional contra la Impunidad) el juicio contra el alcalde Álvaro Arzú, la disputa alrededor de la Terminal de Contenedores Quetzal, la depuración del Congreso, la captura del hermano del Presidente…
 
La hipótesis rupturista

La crisis implica cambios y rupturas. El futuro es ahora indeterminado e imprevisible: todo menos estático y predeterminado. Las luchas populares y las disputas internas debilitan el pacto intraelitario del 85 y por tanto la Constitución vigente. En la transición de lo viejo que no sirve pero todavía no encuentra sustituto, la Carta Magna actual, fruto de otro contexto, empieza a ser modificada (reformas al sector justicia) y cuestionada. 

Las líneas y actores en intensa disputa se marcan con claridad, no así la definición de esta disputa: 1) reformas controladas que no cuestionen el modelo de acumulación; 2) continuidad sin reformas; 3) transformaciones estructurales. Las dos primeras coinciden en la defensa del neoliberalismo extractivista, el poder transnacional y una democracia con derechos limitados para los pueblos (autodeterminación) y difieren en la necesidad de reformas políticas; la primera y la tercera comparten una ruta de reformas inmediatas de carácter político, pero discrepan en la crítica al extractivismo y la propuesta de fundación de un nuevo Estado.  

No se puede soslayar la fuerza de los sectores criminales y corporaciones en la conducción del Estado, que no logra ir más allá de un ejercicio personalista, individualista, violento y caprichoso del poder: nada nuevo bajo el  sol de la institucionalidad. Aún así, avanza la hipótesis rupturista, es decir, el convencimiento de que solamente a partir de grandes transformaciones y nuevos pactos sociales desde abajo se puede solucionar la crisis actual. 

¿Estamos hoy más lejos de la ruptura que durante las movilizaciones masivas que provocaron la caída del gobierno de Otto Pérez Molina? En mi opinión ni más lejos ni más cerca, sino de otra forma. Las movilizaciones de 2015 tuvieron la virtud de su carácter masivo, intersectorial e interclasista, y la debilidad de su dispersión de objetivos. Las movilizaciones actuales son menos frecuentes y numerosas, pero crecen en la claridad de que el problema no es el gobierno, sino el modelo de estado y de sociedad. En cualquier caso, el punto de llegada no será el mismo que el punto desde el que estamos partiendo: no hay boleto de retorno para el viejo orden.     

Pueblos y comunidades: el desborde de la imaginación política

Las movilizaciones populares desbordan las fronteras políticas tradicionales. Frente al  pragmatismo, la resignación, la aceptación, la invariabilidad (de leyes, instituciones, símbolos, prácticas políticas) la acción colectiva desafía hoy el Estado, como símbolo de continuidad, las formas de ejercicio del poder y los actores predominantes.

El régimen actual se enroca, los medios políticos y la política mediática invisibilizan las propuestas de los pueblos y no dejan que la realidad estropee algunos (¿buenos?) análisis y balances. Pero en el debate popular están presentes categorías políticas como lo común, la autodeterminación, la soberanía, el derecho de decisión en los territorios, la defensa y cuidado de la vida. Sectores de comunidades y pueblos organizados proponen en foros, asambleas, reuniones, documentos, libros, la transformación-refundación-fundación de un nuevo Estado y un nuevo modelo de vida, con asidero en demandas históricas y en la coyuntura inmediata.

El mensaje invita al dinamismo, de acción y de  reflexión, no al estancamiento ni a la involución: la crisis solo se resuelve con la sustitución del Estado actual, fruto de un pacto de elites, por otro modelo de organización surgido de la decisión y el consenso popular.  
Andrés Cabanas, 18 de enero de 2017